En las últimas décadas el Producto Interior Bruto ha sido el Indicador por excelencia. Todos los análisis económicos, sin excepción, iniciaban su diagnóstico valorando el crecimiento del PIB; la caracterización de un país o una región comenzaba por la magnitud de su PIB; el poder adquisitivo de un territorio se medía en PIB per cápita; la participación de los distintos países en los organismos de decisión a nivel internacional se basa en gran medida en el PIB; la valoración de las políticas públicas se hacía en función del rendimiento mayor o menor del PIB, etc. En fin, puede decirse que el PIB ha sido el rey de los indicadores.
La crisis también alcanza a este indicador y lo hace en una doble dimensión: provocando fuertes retrocesos en su tendencia creciente de los últimos años y cuestionando su supremacía entre los indicadores.
La Comisión Europea, en una comunicación de agosto titulada «Más allá del PIB. Evaluación del progreso en un mundo cambiante», reflexiona en torno a las limitaciones de este indicador para medir el progreso y el bienestar social y recoge tanto los trabajos que en los últimos años han comenzado a desarrollarse para suplir estas limitaciones, como aquellos en curso para disponer de indicadores que permitan complementar la información proporcionada por el PIB.
Un reciente informe suscrito por un amplio número de reconocidos economistas a nivel mundial ha puesto también sobre la mesa el cuestionamiento del PIB como indicador de referencia y ha señalado algunas de sus deficiencias con datos muy gráficos: cuantos más atascos de tráfico se producen, más aumenta el PIB por el mayor consumo de gasolina y, sin embargo, fácilmente se puede apreciar que ese crecimiento es totalmente ineficiente, ineficaz e insostenible.
El PIB ha sido en las últimas décadas, y sigue siendo, una magnitud muy relevante, si bien en estos momentos claramente insuficiente. De nada sirve producir mucho si no hay quien lo consuma, si no se genera empleo suficiente para las personas que lo necesitan, si las rentas generadas no se distribuyen, si quien necesita lo que tú produces no crece y no puede comprarlo, si se agotan o contaminan con ello los recursos naturales, o si se hipoteca la vida para consumirlo.
Se preguntaba uno de los economistas que desarrolló el sistema de medición del PIB, Simon Kuznets: «Si el PIB sube, ¿por qué EEUU va hacia abajo?» El tenía clara la respuesta y de hecho en una declaración ante el Congreso americano en 1962 proclamó «Hay que tener en cuenta las diferencias entre cantidad y calidad del crecimiento, entre sus costes y sus beneficios y entre el plazo corto y el largo. Cuando se fija el objetivo de más crecimiento se debería especificar de qué y para qué».
Fuente > Navactiva