Hasta cierto punto, puesto que no hay dos recesiones iguales por las distintas circunstancias que las desencadenan, que intervienen en su evolución o que contribuyen a su resolución. Así, las tres primeras recesiones, registradas entre mediados de los años setenta y principios de los ochenta, se produjeron en un contexto económico y político peculiar (choques petrolíferos, transición a un régimen de democracia parlamentaria) muy distinto del correspondiente a la crisis de 1992-1993 o al de la recesión actual.
La crisis española de 1975
La primera recesión, que va de principios de 1975 al otoño del mismo año, responde a un modelo de choque de oferta. El súbito encarecimiento del precio del petróleo a partir de finales de 1973 pilló por sorpresa a unas economías cuyo ritmo de crecimiento era elevado y cuyo nivel de inversión, consecuentemente, era alto. La creencia de que la crisis sería de corta duración puso en marcha, en muchos países, políticas de sostenimiento de la demanda que, al convertirse la subida del precio de la energía en permanente, complicaron el ajuste mucho más. Es a partir de estos años que el crecimiento medio de la OCDE cae notablemente en relación con el registrado en los años sesenta, las tasas de desempleo se disparan, las expectativas inflacionistas se asientan y las finanzas públicas entran en números rojos.
En España, la primera crisis petrolífera tuvo una mayor dimensión por las propias características del modelo productivo y por las peculiares circunstancias políticas de los años de la transición democrática. Las significativas rigideces de la economía, singularmente en el ámbito salarial, y las insuficientes medidas de ajuste energético y laboral se sumaron a una política monetaria inicialmente muy laxa pero progresivamente restrictiva, de manera que el nuevo aumento del precio del petróleo en 1980 abortó las esperanzas de una recuperación continuada.
La crisis española de 1992
A diferencia de las crisis de los años setenta-ochenta, la recesión que sobrevino a mediados de 1992 se desencadenó por múltiples factores. En la gestación de la misma, encontramos un choque petrolífero como consecuencia del conflicto de la primera guerra del Golfo en 1990, que provocó un frenazo en el crecimiento de la economía mundial que llevó a muchos países a la recesión. En el ámbito interno, la política monetaria de los años previos se orientó claramente a frenar las tensiones inflacionistas, parte de las cuales se derivaban de una intensa entrada de capitales atraídos por la adhesión de España a las Comunidades Europeas y también de la expansión del déficit público. Paralelamente, la intensa apreciación de la peseta restaba capacidad competitiva frente al exterior, mientras que la expansión del sector inmobiliario supuso un alto endeudamiento de las familias.
Y finalmente, la actual crisis de 2008
En el prólogo de la recesión actual encontramos elementos de crisis anteriores. Así, en 2008 hemos asistido a un episodio de choque energético, ya que el precio del petróleo alcanzó en verano niveles récord, tanto en valor absoluto como en términos reales, pero posteriormente, y en muy pocos meses, el precio se ha desplomado. También encontramos un fin del ciclo de la construcción de viviendas, que esta vez ha sido muy prolongado y que deja a las familias en niveles de endeudamiento históricamente altos. Asimismo, en la gestación de la recesión encontramos un tensionamiento de las condiciones financieras, tanto por la subida de los tipos de interés a corto plazo como por el ascenso del tipo de cambio efectivo real, consecuencia de la revalorización del euro y de un aumento interno de precios y salarios superior al de nuestros competidores.
Sin duda, el elemento más distintivo de la crisis actual es la crisis financiera global que deriva en una recesión sincronizada de las economías avanzadas, la cual, a su vez, comporta que, por vez primera desde que se recopilan estadísticas, el conjunto del área de la OCDE experimente un retroceso del producto. Se trata de una situación excepcional que augura una etapa complicada, si bien las respuestas de las políticas económicas están siendo, asimismo, excepcionales. Hay que recordar, en todo caso, las circunstancias de la crisis de primeros de los noventa, en que también encontramos un bache en el crecimiento mundial y una importante crisis del sistema monetario europeo a partir de la segunda mitad de 1992, que generó una enorme inestabilidad.
España es especialmente sensible al cierre de los mercados financieros internacionales, al arrastrar un déficit exterior por cuenta corriente muy elevado que se financiaba con el ahorro externo. Otro elemento distintivo respecto a recesiones anteriores, por lo que se refiere a la economía española, es la imposibilidad de recurrir a devaluaciones de la moneda para recuperar competitividad frente al exterior y conseguir por esta vía dinamizar la economía.
En particular, en la última recesión, las tres devaluaciones de la peseta entre 1992 y 1993 indiscutiblemente contribuyeron a compensar el retroceso de la demanda interior y consiguieron introducir un plus de crecimiento en una economía parada. Hay que considerar, sin embargo, que las devaluaciones a las que se había visto abocada la peseta en su historia reciente a menudo eran rápidamente contrarrestadas sea por la simultánea devaluación de otras divisas o por una subida de costes internos superior a la de los competidores.
En cualquier caso, sí cabe tener muy presente que la necesidad que existía ya antes de la recesión de frenar la pérdida de competitividad frente al exterior se ha hecho ahora más patente. Si no es así, se corre el riesgo de una salida en falso de la recesión, que podría llevar a tasas de crecimiento potencial muy inferiores a las de la gran expansión de los últimos catorce años.
Fuente > Servicios de Estudios La Caixa